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martes, 22 de octubre de 2013

No hay reforma que sirva si antes no se reforma el corazón

 


Últimamente se ha hablado de la necesidad de reformas estructurales. Se ha llegado al punto de reconocer que la forma que tienen esas estructuras ya no responden a las necesidades actuales. Pero, al mismo tiempo, se ha entrado en una serie de discusiones en pro y en contra de esas reformas. Se sabe que es necesario el cambio, pero no es fácil lograr un consenso. Mientras tanto, la sociedad tiene que sufrir las consecuencias de esa falta de acuerdos, y de haber dejado tanto tiempo sin ocuparse de esas reformas. La degradación de la sociedad es la principal consecuencia que se ha tenido que padecer.

La educación, que es una de las estructuras más descuidadas, lejos de haber cumplido con los propósitos que ha enarbolado, se ha convertido en un serio problema: para algunos ha sido sólo un campo en el que se puede encontrar un empleo, para otros ha sido una obligación que cumplir. Por todo ello, se buscan modos para lograr cruzar por esa etapa sin importar si se adquirió o no el conocimiento necesario. Abundan hoy los títulos sin profesionistas. Se corrompieron sindicatos porque encontraron un modo de adquirir ganancias usando la educación como pretexto. En fin, se pueden enunciar muchos de los resultados que han hecho que la estructura actual sobre educación que sea insostenible.

En el fondo, la educación se ha convertido en una simple mercancía de compra y venta, con la que se pueden saciar muchos intereses personales, y no en un elemento esencial de progreso para cada persona, y por tanto, de la sociedad entera.

Lo mismo se puede decir de las estructuras que le dan energía a un país, cuando los motivos de su existencia no están siendo los necesarios para el progreso de todos. Dar nuevas formas a esto, las estructuras de un pueblo, es de suma importancia. Un pueblo sin energía y con una educación deficiente está condenado a una degradación total.

Pero es más importante la reforma de aquello que llamamos "el corazón". Sin una verdadera renovación interior, las personas sólo trabajarán para propiciar un nuevo campo en el que se busque cómo  reacomodarse, y desde allí seguir contentando el egoísmo. Si no hay reformas en el interior de las personas, todo lo que se haga se mirará con sospecha. Sin la reforma del corazón, todo lo que se haga en favor del progreso de todos será analizado con la finalidad de sacar un provecho personal.

No en vano el Señor ha dicho: "donde está tu tesoro, ahí está también tu corazón" Mt 6, 21. Es por ello que el trabajo misionero de la Iglesia, y de cada uno de sus miembros, no puede ignorar que "no se enciende una lámpara para esconderla, sino para iluminar" Mt 5,15. Si se tiene la luz de Dios ¿no debería ser más claro el camino?

Las estructuras sociales no pueden construirse al margen de Dios. "Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles" Sal 127, 1. El mensaje del Evangelio no puede seguir siendo ignorado o puesto al margen, pues, todo lo que Él no ilumina, permanece en la oscuridad, y el resultado seguirá siendo el mismo: la degradación de la sociedad.

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